Cada
vez que Tita y Tito, mis vecinos, salían de paseo, dejaban a Bigotines, su
perro guardián, en el jardín.
Y
cada vez que por la vereda caminaba la viejita de la vuelta, Nico andaba en
patineta, mientras por lo general circulaba la moto del delibery. La alarma los
hacía saltar a todos del susto.
Guauguauguauguauguauuuu
sonaba por un rato prolongado.
Claro,
Bigotines además de tener orejas largas y bigotes largos tenía en el interior
de su cuerpo marrón una alarma, vaya uno a saber dónde.
Era
un perro sabueso, tenía alma callejera y de vez en cuando se escapaba por el
barrio, aunque no era una preocupación mayor para mis vecinos porque Bigotines
tenía un collar con chapita identificatoria y además era más bueno que Lassie.
Cuentan
mis vecinos que una tarde en uno de esos recorridos encontró una bolsa que le
llamó la atención y se acercó muy lentamente, olfateó y dio un lengüetazo tan
fuerte que sin darse cuenta saboreó una alarma podrida y rota que se encontraba
abandonada.
Bigotines
quedó patitas para arriba a causa de la indigestión. Tita llamó al veterinario
y le colocó dos inyecciones para curar el dolor de barriga.
Al
primer pinchazo dio medio vuelta de rosca y al segundo dio vuelta entera.
Así
Bigotines pudo pararse en cuatro patas y terminó de sanar los días siguientes.
Tan saludable se encontraba con la alarma merendada, que para sorpresa de
muchos comenzó a funcionar.
Y
así fue como la alarma dentro de la barrigota de Bigotines empezó a dispararse
a cualquier hora, por la noche cuando un gato caminaba sobre el techo, a la
siesta cuando los pajaritos visitaban el jardín y también temprano a la mañana
cuando los chicos iban a la escuela.
La
alarma de Bigotines nunca se quedaba sin batería, algunas veces la escuchábamos
sonar bajito y era porque no la había cargado con alimento balanceado.
Los
días de lluvia funcionaba un poco entrecortada porque causaba cortocircuitos y
costaba acariciar a Bigotines los días inestables porque daba un poquito de
corriente.
Cuando
conversaban mis vecinos con otros vecinos de la cuadra, les preguntaban dónde
habían comprado el perro alarma ,Tita y Tito muy ofendidos respondían:
-
¿Qué piensan que uno así porque así va al almacén y pide un perro como si se
tratase de comprar un kilo de pan?- Rezongaba Tito.
-Una
vida se adopta con amor- Agregaba Tita.
Así
fue como Bigotines había formado parte de la familia y del resto de la calle, digamos
de la manzana entera.
Se
lo podía ver cuidando a todos los vecinos. Era muy guardián y cuando una
actitud resultaba sospechosa no hacía falta que muestre los dientes bastaba con
que suene su alarma.
-
Guauguauguauguauguau - De inmediato se oían las sirenas de bomberos y policía
que se aproximaban al lugar.
Ser
un perro alarma y proteger a los queridos amigos era su gran pasión. Pero no
era la única, la otra pasión de Bigotines era el fútbol.
Un
día que jugaban un amistoso los niños del barrio lo invitaron a participar en
el equipo, no dudaron que Bigotines fuese el arquero y consiguieron unos
botines de su numeración.
Bigotines
entusiasmado saltaba y en cada salto se escuchaba la alarma, que distraía a los
jugadores del equipo contrario. Mientras su cuerpo resbalaba de derecha a
izquierda en un mar de baba, trataba de morder las pelotas.
Pudo
evitar muchos goles, ya que no quedó pelota sana.
Desde
ese día Bigotines muy contento tuvo nuevos botines para andar de calle en calle
y disparar su alarma en todo el vecindario.
¡Colorín
colorado
esta
alarma se ha apagado
y
el perro con zapatos
Hace
silencio por un rato!
de Anabela Acuña
Ilustración: Bauti Rojo