Cloudy lo
había visto una vez cuando era chiquita, mientras dormía y pensó, “yo quiero ser como él cuando sea grande”.
¿Un fantasma?
Sí, quería ser un fantasma.
Cloudy era
una fanática de ellos y les había sacado muchas fotografías, ya se los acordaba
de memoria. Se parecían un poquito a
Cloudy, porque eran de color blanquito y sin cara, y también podían
flotar como ella.
Pero algo le
faltaba aprender para ser como ellos: asustar y para eso tendría que estudiar
en la Escuela Fantasma.
Cuando
cumplió los cinco años fue volando para
anotarse en las materias que dictaban, Asustando I, El susto a la siesta I, El
susto a la noche II. Cuando obtuvo su diploma, dejó su viejo trabajo en los
cielos y comenzó en los sueños, trabajaba algunas horas de mañana, otras por la
siesta o por la noche.
Cloudy aunque
agotada estaba muy contenta porque hacía lo que le gustaba.
La primera
vez que asusto a un niño fue a la madrugada, muy despacito, sin hacer ruido,
entró en su sueño, pero el niño se dio
cuenta y se despertó todo mojado, creyendo que se había hecho pis en la cama.
Pero la pura
realidad, era que ella al ser una nube cuando se acercaba mucho a los nenes los
dejaba empapados porque desparramaba muchas gotitas de lluvia para todos los
lados.
Entonces ahí
fue cuando empezó a preocuparse, y a prestar más atención. Cuando asustaba a la
hora de la siesta, también dejaba a los chicos todos mojados. Si ellos se
despertaban antes de la merienda pensaban que se les había caído la leche en la
cama.
Cloudy ya no
podía seguir con ese trabajo de fantasma, y decidió volver con gran dedicación,
con las otras nubes, los días de tormenta,
y hacer crecer muchos pastos y lindas plantas para que se pongan más
verdes. Y Cloudy ya no mojó a todos los niños con sus sustos.
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